"Gelb: [explaining the W Delta Z equation] The selfish gene...
Helen Westcott: Go on.
Gelb: You think a bird will sacrifice itself for the flock, or a bee will sting a predator and die for the hive? How noble. How heroic.
Helen Westcott: And it isn't true?
Gelb: No, it isn't true. Suppose you put a snake into the cage and one of the monkeys is a hero - yeah, lures it away, lets it eat him. But it's not heroism. It's not selflessness. Forget the bees. Forget the monkey. The monkey's nothing. Just think what the monkey's made of.
Helen Westcott: What's that?
Gelb: Genes. The monkey is just the gene's way of making copies of itself. All these monkeys, they're all related. They all share their genes. So the monkey dies. What do the genes care? That's what Price proved. There's no altruism in nature. It's just genes looking after themselves. Ha."
wΔz = Cov (w,z) = βwzVz
Son las cuatro de la mañana, al menos eso he visto la última vez que eché una mirada al reloj. Creo oír lejanamente un golpe seco que se repite cada pocos segundos y mientras mis pupilas se ensanchan intentando atravesar la penumbra, no puedo dejar de apretar mis puños. Miro a un punto fijo en la nada... mamá, tengo tanto miedo. Mi camisa está manchada con focos irregulares de sangre y la mía también cae de mis oídos y mi nariz. Gotea, y cada gota resuena en la habitación como ecos de montaña; he caminado sin dirección casi como si sólo se tratase de pura sinápsis sin justificar y he vuelto a este mismo rincón a tratar de recomponerme para deshacer este desafortunado entuerto.
Horas atrás, me encontraba con aquella castaña despampanante, recuerdo habertela mencionado pero mi mente se ha retorcido tanto que no podría jurar que lo hice. Yo estaba sentada en un cafesucho citadino cuando ella entró en escena y levanté la vista justo para que ella me atropellara con la suya; caminó hacia mi, retiró la silla y pidió al mozo un brandy. Revolví nerviosamente mi whisky casi aguado para evitar decir algo impropio. Apoyó lentamente sus uñas entre mi barbilla y la mejilla, me preguntó si la había extrañado. Asentí.
Me sentía como un pequeño ciervo siendo depredado, desprotegida y sin pista alguna de lo que iba a pasar. Clavó sus ojos almendras en los míos mientras sorbía su alcohol de a ratos, sentía como su desnudo tobillo rozaba intencionalmente mi pierna y en animosidad propuse salir de ahí.
Ella comentó que su esposo no estaba en casa, tiró del nudo de mi corbata para acentuar aún más que tenía el control. Llegué a su habitación en pocos minutos con una euforia efervescente, parecida muy, a la adrenalina. Se quitó el vestido y se abalanzó sobre mis brazos, dejándome dominarla, destruirla, desearla, durante tres horas de infierno. Mordía mis oídos y sentía escapar de ella un agitado aire que me erizaba hasta el instinto, que me hacía volverme bestia por más que quisiera tratarla con suma delicadeza, pero ¿qué podía pedir a cambio de esas poderosas y sensuales garras marcando mi espalda?
Escucho un golpe súbito y ella quitárseme de encima como de espanto, la puerta abierta dejaba ver a un hombre desengañado, furioso, triste. En sus ojos pareciera atravesarse una sombra, y tenía atascadas en la boca quinientas cosas que jamás le había dicho a su esposa, y el doble de maldiciones que luego vomitó casi por arte de verborragia.
Me vestí lo más rápido que pude, quería calmar los ánimos, quería irme, quería muchas cosas... él me detuvo. Llorando él, nos agredimos. Sus puños eran dos veces más fuertes que los míos, partió mi labio con su cráneo, lo golpeé con toda la fuerza que fui capaz. Sacó de su pantalón un arma y apunto, fría e inexorablemente a mi cabeza.
Una suerte de sobrehumana fuerza surgió en mí y estreché su cuerpo al mío, con el arma entre los dos. Los movimientos fueron bruscos, indecibles, aterradores... será que ambos sabíamos que nos jugabamos un balazo de muerte, nadie quería perder; mis músculos tensos por la lucha se relajaron al oír un disparo. No dejo de llorar, madre. No puedo controlar este compulsivo movimiento nervioso, espero a la policía pero a la vez quiero huír. Murió, mamá, ¡lo maté! De nuestra lucha de poderes logré arrebatarle lo que parecía mi verdugo, y con una ira inexplicable disparé sin miramientos.
Miro aún mis manos y están ensangrentadas, y en el suelo se enfría el cadáver de un pobre diablo que una lucifer engatuzó. Ella escapó, dejándonos a nuestra suerte, sabiendo esto tan fatídico como morboso y enfermo.
Estoy aquí mirandome las putas manos, madre, estoy enloqueciendo porque aún no me convenzo de que fui directo a matarle.
Si pudiera describir en una escena cómo me siento, te diría que me creo rehén. Entre lamparones inmensos de obscuridad, golpeada, con las muñecas apretadas y gastadas de soga a mis espaldas, al respaldo de la única silla en el espacio. Con la cabeza gacha de resignación y renuncia, y una gotera de ideas cayendo como sangre coagulada en un labio roto. No puedo huir, al menos presiento que no... ¿será que no quiero? para colmo, mi vida captora me ha colocado una venda, al menos ha olvidado ponerle a esta boca una mordaza; y mientras pueda decirle que me dé un poco de agua y escupir en esa incierta cara, escupirle verbal, sobreviviré al menos. Debería contarte aunque no me escuches (porque no espero que la niebla destape tus oídos, en esta nuestra distancia.) que en este cautiverio simbólico escucho una voz: que me calma la sed, la ansiedad, las dudas. Tiene una suave tono de dulzura y misterio, y un toque de complicidad que me hace querer apoyar mi mejilla en sus imaginarias manos de aire. Me susurra al oído un tango, y bailo mambo al compás de su canción, ella tiene la corriente y la seguiría donde sea.
La tos de este lugar amohosado donde mi vida y esta carta tienen transcurso, ponen espasmódico a mi pecho y me despavilo, capaz que cuando vos leas esto te vas a doblar de risa por mi vocablo de gran señor, de verdad... ¿quién carajo me creo? pero al menos pongo flores a la bazofia que sale de este podrido pensadero que es mi cabeza.
Al menos esta voz parece escucharme: camina de izquierda a derecha detrás de mi, siento sus tacones estrellarse contra el piso y clavarseme en el alma. Y la escucho atentamente, como si no existiera nada más que hacer, como si fuera un buen consejo que sólo te da un mejor amigo, como si necesitara oír más para convencerme de que existe, al menos como un pequeño haz de luz y sonido en este gran galpón.
No estimo cuan agradable sería mirarle los ojos para hablar; pero mi vendada vista me impidio mirar ese rostro, para elegirla entre todas las mujeres... estando maniatada tampoco podía estirar una mano, una falange siquiera para alcanzarle, para enamorarme de esa piel. Tampoco se identificó, puede ser Dios o el Diablo y estarme tentando, pero lo curioso, mi amigo, es que no me interesa. Si un nombre tan sólo serviría para que mi cerebro lo relacionase con su cara, y para que pudiera escribirlo junto al mío en cualquier lado. Haría trizas mi nombre también, si pudiera, para que ella viera tan solo quién soy, sin mi cara de pesado día, sin mi nombre de etiquetado mundo.