Me sorprendiste. Nunca, ni siquiera en mis imaginaciones, creí que volvería a ser destinataria de tus consideraciones y regaños. Ni que las caricias que mejor me han dado volverían a estas mejillas frías de escarcha, para alivianarme un poco el invierno.
Eran las seis de la mañana y yo como un palurdo en tu puerta, esperando que te asomaras para que vieras con espanto el monstruo que había llevado a tu casa. Y estaba sediento de besos, de tu cuerpo, de las especias aromáticas que te habitan la piel; borracho de historias qué contarte y otras qué callar, de sensaciones, de whisky y también de todas esas noches en que tu falta fue protagonista de sus nostalgias.
¡Ay, esquivo amor! déjame postergar mi hora de partida porque no he terminado aún y ¿qué será de esos cariños cuando ya me haya ido? ¿los dejarás caer al piso? ¿los cuidarás cual si de tus ojos se tratase?
Déjame que te diga cuán ruidoso es este silencio, ahora que te miro los ojos. Estás llena de mi alma y de una alegre melancolía. Si pudiera, quisiera, paliar tus dolores; ser un beso cual morfina.