Princesa, amor de mis desvelos:
Ni en sueños pude imaginar una cuarta parte de esas dos perfectas noches entre nubes. Quisiera poder explicarme con claridad y decirte más que en esta carta, que vieras en mis palabras un fiel reflejo de mi alma, esa que tienes en tu bolsillo; se me hace difícil hacer sólo párrafos de ti.
¿Sabes? Eres la mujer más hermosa de todas. Siempre que digo esto, pienso que tú piensas que son habladurías, que son clichés muy usados por falsos galanes... pero mi amor, yo no soy un galán. Soy una payasa.
Por eso, aunque no te divierta, lo que digo es verdad. Eres más hermosa que la mismísima Afrodita, teniendo tú el mismo don del amor. Te rezo porque eres la única diosa de mi devoción, duermes mis sentidos y los pones alerta, tengo teorías inciertas pero sé que tus efectos me exceden.
Retazos de recuerdo de esas noches y las que vendrán, vienen a mi cabeza. Siento aún tus amadas caricias en mi cara, la piel erizada y tu perfume impregnado en mis narinas, mis ojos hambrientos grabaron la delicadeza y perfección de tu piel, que me adicta, que me envuelve, me devuelve el calor corpóreo que necesitaba. Mi tacto aprendió rápidamente a amar sus detalles, en la madrugada te miraba dormir, acariciándote como si recién hubiera inventado las caricias. Me sentía inmensamente feliz, completa, podría haber estallado el mundo afuera y yo no hubiera rendido cuenta al hecho. Tu expresión irradiaba paz, aún dormida sentía que me amabas con tu pequeña mano y tu cabeza acomodadas sobre mi pecho.
Tu delicado cuerpo dormía sobre mí, relajado. Cuando horas atrás los hacía míos, a él y a tu alma; mi respiración se entrecortaba, mis nervios latían a lo largo de los músculos. Y te besaba, atenta tierna.
Me arañabas, me tocabas, me mirabas con amor. Te estremecías al compás de esa canción; tu cabello olía a gloria, tu cuello a mis besos, tu boca sabía al mejor de los manjares reales. Tus besos son mi lujo, pasión y muerte. Juntaba lo mejor de tu cielo y mi infierno, encontraba el paraíso entre tus brazos.

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