-Aléjate, por favor. Necesito respirar.- Salió de la habitación y dio un portazo con el que calló la conversación.
Las peleas seguían sucediéndose, más por esa capacidad que tiene de cerrarse y no dejar que irrumpan en su personal burbuja. Conociéndola, ya iba a volver en dos horas implorándome un abrazo, así que me envolví en el humo de mi cigarro y dejé que su enojo se disipara del ambiente. ¿Quién sabe que le pasaba por la cabeza? los grandes sabios hubieran preferido estudiar su enigma antes de la filosofía, encontrarían en ella una cuestión más desafiante y difícil... yo la entendía y no.
A veces tiende a mirarme con gran dulzura, otras veces pareciera que quiere matarme, deja entrever ese contraste a la hora de acurrucarse en mis brazos y olvidarse del mundo cuando está de mal humor.
Siempre me dijo que si había un destino, el suyo era conmigo y para ser sincera, me agrada pensarlo... aunque hoy haya escupido ira por cada pared de la casa. Se ve linda cuando se enoja, pero me gusta más ver como se contrae compulsivamente su estómago cuando ríe a carcajadas, o cuando sólo sonríe y me mira perdidamente. De un tiempo hasta aparte, me encargué de encadenarme a mis principios y por más fuerte que ella me gritara, no iba a cambiar de idea y mucho menos dejarla ir; ni una cosa, ni la otra.
Moría por levantar el tubo y llamarle, para saber al menos si contestaría mi disimulada súplica de paz, pero pensé que sería mala idea, podría atender y seguirme agraviando. Tan pronto como tomé el teléfono, lo solté; me sentí cobarde y a la vez tan valiente de soportarlo todo por amarla, me abracé más a la idea de ser una valiente soldado a aquella otra que implicaba sentirme una mendiga e implorarle. Mi orgullo no es muy grande, pero verme débil no iba a servir.
Tal como auguraba, volvió a nuestro cuarto, donde yo estaba. Me abrazó para decirme sin palabras lo mucho que sentía la pelea, con el mismo abrazo rogué que nunca se fuera de mi lado. Acaricié su pelo y comprendí que amaba ese rompecabezas que era, si fuera diferente, quizás no moriría por ella. "Es sólo otro detalle de la mujer que amo" pensé, y cerré la puerta despacio para callar la conversación, esta vez, para darle amor.

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