Rastros

miércoles, 3 de octubre de 2012

Ciego


Si pudiera describir en una escena cómo me siento, te diría que me creo rehén. Entre lamparones inmensos de obscuridad, golpeada, con las muñecas apretadas y gastadas de soga a mis espaldas, al respaldo de la única silla en el espacio. Con la cabeza gacha de resignación y renuncia, y una gotera de ideas cayendo como sangre coagulada en un labio roto. No puedo huir, al menos presiento que no... ¿será que no quiero? para colmo, mi vida captora me ha colocado una venda, al menos ha olvidado ponerle a esta boca una mordaza; y mientras pueda decirle que me dé un poco de agua y escupir en esa incierta cara, escupirle verbal, sobreviviré al menos. Debería contarte aunque no me escuches (porque no espero que la niebla destape tus oídos, en esta nuestra distancia.) que en este cautiverio simbólico escucho una voz: que me calma la sed, la ansiedad, las dudas. Tiene una suave tono de dulzura y misterio, y un toque de complicidad que me hace querer apoyar mi mejilla en sus imaginarias manos de aire. Me susurra al oído un tango, y bailo mambo al compás de su canción, ella tiene la corriente y la seguiría donde sea.
La tos de este lugar amohosado donde mi vida y esta carta tienen transcurso, ponen espasmódico a mi pecho y me despavilo, capaz que cuando vos leas esto te vas a doblar de risa por mi vocablo de gran señor, de verdad... ¿quién carajo me creo? pero al menos pongo flores a la bazofia que sale de este podrido pensadero que es mi cabeza.
Al menos esta voz parece escucharme: camina de izquierda a derecha detrás de mi, siento sus tacones estrellarse contra el piso y clavarseme en el alma. Y la escucho atentamente, como si no existiera nada más que hacer, como si fuera un buen consejo que sólo te da un mejor amigo, como si necesitara oír más para convencerme de que existe, al menos como un pequeño haz de luz y sonido en este gran galpón.
No estimo cuan agradable sería mirarle los ojos para hablar; pero mi vendada vista me impidio mirar ese rostro, para elegirla entre todas las mujeres... estando maniatada tampoco podía estirar una mano, una falange siquiera para alcanzarle, para enamorarme de esa piel. Tampoco se identificó, puede ser Dios o el Diablo y estarme tentando, pero lo curioso, mi amigo, es que no me interesa. Si un nombre tan sólo serviría para que mi cerebro lo relacionase con su cara, y para que pudiera escribirlo junto al mío en cualquier lado. Haría trizas mi nombre también, si pudiera, para que ella viera tan solo quién soy, sin mi cara de pesado día, sin mi nombre de etiquetado mundo.

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